Al frasco de la calma se le atribuyen poderes casi mágicos para calmar berrinches. Sin embargo, hay que saber utilizarlo para que realmente funcione.

Cansadas de los berrinches constantes de nuestro hijo, de pronto encontramos en Internet un método que dice ser mágico para calmarlos, ¡y que es muy fácil de hacer!: “el frasco de la calma”. Un frasco o botellita de plástico con brillantina, pegamento líquido transparente y ya está. Ante el próximo berrinche salimos corriendo con el frasco en la mano y se lo damos a nuestro hijo, pero, para nuestra sorpresa, lejos de calmarse agarra el frasco, lo tira al piso desparramando todo su contenido y sigue llorando más y más… ¿Qué hicimos mal?

Más allá de su origen, que se le atribuye al método Montessori y a influencias propias del yoga y la meditación, el frasco de la calma es un elemento sencillo que bien utilizado puede darnos resultados interesantes para ayudar a nuestro hijo a controlar sus emociones.

Si lo usamos como un recurso único, sin acompañamiento, o casi como un “castigo” sentando al niño en medio de un berrinche a mirar cómo se mueve la brillantina dentro de un frasco, este método no va a funcionar. Entonces, ¿cómo utilizarlo?

La idea es que todo lo que hagamos para “controlar” los berrinches sea con el fin de que el niño aprenda a regular sus emociones a medida que va creciendo. En este caso, podemos pensar esta técnica como un medio para encontrar la calma luego de la tormenta, un elemento que nos permita identificar cómo funcionan las emociones, hablar de ellas, aceptarlas y luego ir buscando herramientas para recuperar la tranquilidad.

Por ejemplo, una vez que pasó el berrinche podemos sentarnos con nuestro hijo a mirar el frasco, agitarlo y decirle “mirá como se mueve para todos lados la brillantina, es como cuando estamos llenos de rabia, miedo, tristeza, frustración, cuando sentimos que el corazón late rápido, que se nos pone la cara roja de bronca, que transpiramos de miedo frente a un examen, que nos duele la panza al entrar a un lugar nuevo…”, etc. Y transmitirle con palabras simples, acordes a su edad, que así como la brillantina comienza a bajar hacia el fondo del frasco, nosotros también podemos buscar diversos recursos para volver a la calma: de a poco, al nombrar nuestras emociones, hablar de lo que sentimos, sentirnos escuchados y buscar diversas formas de resolver la situación, la calma empieza a llegar igual que en el frasco la brillantina vuelve a aquietarse.
 
El frasco de la calma puede pensarse, entonces, como un ejercicio de:

  • Relajación. Como cuando relajamos cada parte del cuerpo mientras escuchamos una música suave.
  • Respiración. Respirando de manera consiente, pausada y profunda mientras lo observamos.
  • Visualización. Como cuando imaginamos un color intenso que se va haciendo más claro.
  • Concentración. Como mirar la llama de una vela. 
  • O artístico (como cuando pintamos, dibujamos, modelamos con masa, etc.).


Superada la situación de mayor tensión, una vez que lo ayudamos a poner nombre a la emoción que sintió y a validarla, podemos sentarnos junto a él o alzarlo y mirar el frasco acompañando el movimiento de la brillantina con un ejercicio de respiración que le permita ir recuperando la calma.

¿Cómo hacer un frasco de la calma?


1- Llenar 3/4 partes de un frasco o botellita de plástico transparente con agua templada.
2- Colocar dos o tres cucharadas de pegamento líquido transparente o con brillantina.
3- Colocar dos o tres cucharadas de brillantina y revolver. También se le puede agregar un poco de colorante y figuras plásticas pequeñas, stickers, etc.
4- Cerrarlo bien, ¡y listo!

No dejarlo al alcance del niño si no estamos cerca para vigilarlo


Asesoró: Lic. María Paula Gerardi, psicóloga,
especialista en infancia, crianza y orientación a padres.

Fuente: Planeta Mamá